viernes, 10 de julio de 2009

EL ROBO DEL FUEGO


Por: Alejandro Mares


Hace mucho tiempo, no se conocía el fuego, y los hombres debían comer sus alimentos crudos.

Los Tabaosimoa, los Ancianos, se reunieron y discutieron sobre la manera de obtener alguna cosa que les procuraría el calor y les permitiría cocer sus alimentos.

Ayunaron y discutieron... y vieron pasar por encima de sus cabezas una bola de fuego que se sumergió en el mar pero que ellos no pudieron alcanzar.

Entonces, fatigados, los Ancianos reunieron personas y animales para preguntarles si alguno de ellos podía aportarles el fuego.

Un hombre propuso traer un rayo de sol a condición de que sean cinco para ir al lugar donde salía el sol. Los Tabaosimoa aprobaron la proposición y pidieron que los cinco hombres se dirigieran hacia el oriente mientras que ellos, llenos de esperanza, continuarían suplicando y ayunando.

Los cinco partieron y llegaron a la montaña donde nacía el fuego.

Esperaron la llegada del día y se dieron cuenta que el fuego nacía sobre otra montaña, más alejada. Retomaron entonces su camino.

Llegados a la montaña, en un nuevo amanecer, vieron el fuego nacer sobre una tercera montaña, aún más alejada. Prosiguieron así hasta la cuarta, después la quinta montaña donde, desalentados, decidieron regresar, tristes y fatigados.

Contaron esto a los Ancianos quienes pensaron que jamás podrían alcanzar el Sol. Los Tabaosimoa les agradecieron y se volvieron a poner a reflexionar sobre lo que podrían hacer.

Es entonces que apareció Yaushu, un Tlacuache sabio, y él les relató un viaje que había hecho hacia el oriente. Había percibido una luz lejana y quiso verificar lo que era. Se puso a marchar durante noches y días, durmiendo y comiendo apenas.

La noche del quinto día pudo ver que en la entrada de una gruta ardía un fuego de madera de donde se elevaban grandes llamas y un torbellino de chispas.

Sentado sobre un banco un hombre viejo miraba el fuego. Era grande y llevaba un taparrabo de piel, los cabellos blancos y los ojos horriblemente brillantes. De tanto en tanto alimentaba esta "rueda" de luz con leños.

El Tlacuache contó cómo él permaneció escondido detrás de un árbol y que, espantado, él hizo marcha atrás con precaución. Se dio cuenta que se trataba de alguna cosa caliente y peligrosa.

Cuando él hubo acabado su relato, los Tabaosimoa pidieron a Yaushu si él podía volver y traerles un poquito. El Tlacuache aceptó, pero los Ancianos y su gente debían ayunar y orar a los dioses haciendo ofrendas. Ellos consintieron pero le amenazaron de muerte si éste los engañaba. Yaushu sonrió sin decir una palabra.

Los Tabaosimoa ayunaron durante cinco días y llenaron cinco sacos de pinole que dieron al Tlacuache. Yaushu les anunció que estaría de regreso en otros cinco días; debían esperarlo despiertos hasta medianoche y si él moría, les recomendó de no lamentarse por él.

Portando su pinole, él llegó al lugar donde el viejo hombre contemplaba el fuego.
Yaushu lo saludó y fue solamente a la segunda vez que él obtuvo una respuesta. El viejo le preguntó lo que hacía tan tarde en ese lugar.

Yaushu respondió que era el emisario de Tabaosimoa y que buscaba agua sagrada para ellos. Estaba muy fatigado y preguntó si podía dormir antes de retomar su camino la mañana siguiente.

Debió suplicarle mucho pero al fin el viejo le permitió quedarse a condición de que no toque nada. Yaushu se sentó cerca del fuego e invitó al viejo a compartir su pinole.

Este vertió un poco sobre el leño, tiró algunas gotas por encima de su hombro, después bebió el resto. El viejo le agradeció y se durmió.

Mientras que Yaushu lo escuchaba roncar, pensaba la manera de robar el fuego.
Se levantó rápidamente, tomó una brasa con su cola y se alejó. Había hecho un buen pedazo del camino cuando sintió que una borrasca venía sobre él y vio, frente a él, al viejo encolerizado.

Él lo reprendió por tocar y robar una cosa que no le pertenecía; lo mataría.
Inmediatamente él tomó a Yaushu para quitarle el tizón pero aunque éste lo quemaba no lo soltaba. El viejo lo pisoteaba, le trituraba los huesos, lo sacudía y lo balanceaba.

Seguro de haberlo matado, se vuelve a vigilar el fuego. Yaushu rodó, rodó y rodó... envuelto en sangre y fuego; llegó así delante de los Tabaosimoa que estaban orando.

Moribundo les dio el tizón. Los Ancianos encendieron los leños.
El Tlacuache fue nombrado "héroe Yaushu".

Lo vemos aún hoy marchar penosamente por los caminos con su cola pelada.

Coatlicue, cuyo nombre significa "falda de serpientes," era la diosa terrestre de la vida y la muerte en la mitología Azteca. Coatlicue tenía una apariencia horrible. Era representada como una mujer usando una falda de serpientes y un collar de corazones que fueron arrancados de las víctimas.

También tenía garras alfiladas en sus manos y pies. Coatlicue era una diosa sedienta de sacrificios humanos. Su esposo era Mixcoatl, la serpiente de las nubes y dios de la persecución.

Coatlicue dió a luz a Huitzilopochtli luego de que una bola de plumas cayó en el templo donde estaba barriendo y la tocó. Ese embarazo extraño ofendió a sus otros cuatrocientos hijos que fueron animados por Coyolxauhqui a matar a su deshonrada madre.

Sin embargo, Huitzilopochtli salió de la matriz de su madre armado completamente y la salvó. Huitzilopochtli le cortó la cabeza a su hermana, Coyolxauhqui y la tiró al cielo donde se convirtió en la Luna.

Tlaloc era un dios importante de la lluvia y la fertilidad en la mitología Azteca. Los Aztecas vivían en México durante el siglo quince y dieciseis. Tlaloc era representado como un hombre que usaba una red de nubes, una corona de plumas de herón, sandalias de espuma y cargaba cascabeles que hacían el trueno.

Tlaloc descargó grandes cóleras sobre los Aztecas. A menudo usó sus rayos del relámpago para enfermar a las personas. Se dice que tenía cuatro diferentes jarrones de agua en su posesión. Cuando vaciaba la primera, traía vida a las plantas. La segunda causaba destrozo, la tercera traía el hielo, y la cuarta provocaría la destrucción total.

Coyolxauhqui era la diosa de la Luna de acuerdo con la mitología Azteca. Su nombre significa "campanas doradas." Ella era la hija de la diosa de la Tierra, Coatlicue y la hermana del dios del sol, Huitzilopochtli.

Coyolxauhqui animó a sus cuatrocientos hermanos y hermanas a matar a su madre deshonrada. Coatlicue dió a luz a Huitzilopochtli cuando una bola de plumas cayó en el templo donde estaba barriendo y la tocó. Huitzilopochtli salió desde adentro de su madre como un adulto y completamente armado y la salvó.

Coatlicue lamentaba tanta violencia. Entonces, Huitzilopochtli le cortó la cabeza a Coyolxauhqui y la tiró al cielo donde se convirtió en la Luna.

Huitzilopochtli, cuyo nombre significa "Colibrí Azul a la Izquierda," era el dios Azteca del Sol y la guerra. El es representado como un hombre azul completamente armado, con plumas de colibrí en su cabeza. Su madre Coatlicue se embarazó con Huitzilopochtli cuando una bola de plumas cayó desde el cielo y la tocó. Los hermanos y hermanas de Huitzilopochtli pensaron que su madre Coatlicue los había deshonrado con ese embarazo misterioso.

Una hermana de Huitzilopochtli, Coyolxauhqui, alentó a sus hermanos y hermanas estrellas para matar a su madre Coatlicue. Sin embargo, Huitzilopochtli brotó de su madre y la salvó. Coatlicue lamentó tanta violencia. Luego, Huitzilopochtli le cortó la cabeza a Coyolxauhqui y la lanzó al cielo donde se convirtió en la Luna.

Los Aztecas solían ofrecerle sacrificios humanos a Huitzilopochtli. Las víctimas eran usualmente prisioneros capturados en las guerras frecuentes que los Aztecas tenían contra sus vecinos. Los sacrificios eran con la intención de asegurar la lluvia, las cosechas y la victoria en las guerras. La forma más común de sacrificios practicados por los Aztecas era la de arrancarle el corazón a un cuerpo vivo y ofrecerlo al Sol.

Tlahuizcalpantecuhtli era un dios Azteca cuyos símbolos eran el planeta Venus y la serpiente emplumada, Quetzalcoatl. Los Aztecas creían que Tlahuizcalpantecuhtli gobernaba el cielo del mediodía (la duodécima hora del día).

Los rituales eran realizados cuando el planeta Venus se alineaba con las Pléyades, conocidas por los Aztecas como Tianquiztli. Podemos admirar el poder de este dios en Tula, México, en el templo de Tlahuizcalpantecuhtli.

Las Pléyades eran conocidas para los Aztecas como Tianquiztli que significa "mercado." Los Aztecas eran excelentes observadores del Sol, la Luna, y los planetas.

El tiempo era medido de acuerdo al movimiento de las estrellas y el Sol. El calendario estaba basado en ciclos de cincuenta y dos años. Ellos observaban cuidadosamente el movimiento de las Pléyades en el cielo para asegurarse de que el mundo no terminara.

Al final de cada ciclo, una ceremonia religiosa se celebraba para asegurar el movimiento del cosmos y el renacimiento del Sol. Los Aztecas creían que podían evitar que el demonio de la obscuridad descendiera a la Tierra y se comiera a los hombres ofreciendo sacrificios humanos a los dioses.

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